El blog de los Caracoles Errantes

Viajando por largo tiempo llevando todo en nuestra espalda y nuestra casa es nuestra mochila

21 junio 2006

Santa Cruz de Mompos
Colombia 22 de mayo, 2006

Mompos

Si la llegada a Mompós nos pareció complicada, aún más lo iba a ser la larga travesía que deberíamos hacer para llegar a nuestro siguiente destino, Bucaramanga.
          Llegamos a esta pequeña ciudad el día 3 de mayo.  Casualmente un día como ese hacía 469 años esta ciudad fue fundada por Alonso de Heredia justo el día de la Santa Cruz en 1437.  Mompós está ubicada en una isla fluvial que forma el río Magdalena y que tiene unos 100 kilómetros de largo, la ciudad tiene menos de 30000 habitantes.


Atravesando el río Magdalena

A pesar de que se pueden encontrar muchas cosas modernas en ella, como bancos, internet, farmacias, etc., en muchos aspectos parece que el tiempo no ha pasado.  Por alguna razón, desde que llegamos a este lugar nos sentimos trasladados al pueblo que García Márquez describió en Cien Años de Soledad y que le llamó Macondo.


Vendedor lleva sus mercancías en canastas sobre el burro

Fue una gran suerte tener la posibilidad de hospedarnos en la casa de doña Aurora ya que pudimos disfrutar de una antigua casa colonial con paredes muy altas, corredor alrededor de un patio central y muy fresca, lo cual para el gran calor que hacía en Mompós, era como tener un refugio donde protegernos de ese clima tan cruel.


La casa de doña Aurora

El hotelito era atendido por Carmen, la única hija de doña Aurora quien tenía un carácter fuerte pero era muy jovial a la vez.  La misma doña Aurora estaba pendiente de nosotros, sus únicos huéspedes en varios días, y nos daba naranjas y nos invitaba a jugar lotería con ella, con su hermana y con Carmen, quienes tenían todo organizado para darse las grandes jugadas.


Jugando lotería

Era claro que Mompós había sido una ciudad que tuvo una gran importancia económica, especial-mente por su ubicación estratégica a orillas del río Magdalena como un punto intermedio entre Cartagena y las ciudades del interior.  Actualmente sobreviven tradiciones muy antiguas tales como la elaboración de mecedoras y las famosas joyas de filigrana de plata (tejido muy fino con hilos de plata) que tiene sus bases en prácticas precolombinas.
          La noche antes de partir estuvo lloviendo muchísimo, nos pareció agradable pues de esa forma se refrescaría un poco, pero no se nos ocurrió que a causa de esa gran lluvia el camino de tierra que debíamos recorrer se iba a convertir en un lodazal.  A las 5 de la mañana nos levantamos y nos alistamos. El bus fue muy puntual al salir, el paisaje era agradable y el día estaba fresco por la gran lluvia de la noche anterior.  Pudimos apreciar el típico paisaje de las ciénagas, con el río a un lado y grandes extensiones de tierra inundada al otro formando pequeñas y grandes lagunas.
          No sabíamos que el conductor era novato en esta ruta y cuando llevábamos una hora de camino se detuvo a preguntar por un pueblo llamado El Botón donde supuestamente podríamos tomar un pequeño ferry para cruzar el río.  Le contestaron que tal pueblo lo habíamos dejado bastante atrás, entonces tuvo que regresarse.
          Lo peor fue cuando el bus se quedó pegado en el lodo.  Aparecieron de pronto unos diez hombres con sus palas completamente cubiertos por el barro, ellos ayudaron a sacar el bus del atolladero.  Sin embargo, el drama continuó hasta un punto en que no había forma de avanzar pues encontramos un camión atascado que no daba paso a nadie.  Se hicieron todos los intentos por moverlo y no fue sino hasta mucho tiempo después cuando apareció una gigantesca y poderosa máquina que logró despegar el camión.  Luego uno a uno fueron remolcados todos los carros que esperaban y pasaron resbalados sobre el barro incluyendo a sus pasajeros y, por supuesto, a nosotros.


Hombres ayudan a sacar un camión
del barrial

          Pensábamos que los problemas habían acabado y pronto llegaríamos a El Burro donde empezaba la carretera asfaltada, pero unos kilómetros después tuvimos que detenernos porque un eje se había quebrado.  Nos acordamos de Adiela que nos había mencionado que una característica de los colombianos es que todo lo arreglan, y estos tipos aunque tardaron como una hora, lograron remendar el eje y no sabemos cuantas cosas más.  La historia continuó porque al rato se recalentó el motor y hubo que detenerse otra vez a estirar los músculos mientras nuestro Rocinante se enfriaba.
          A las 7 de la noche llegamos a San Alberto, después de 13 horas de viaje.  Ya era de noche y el conductor nos puso otra vez en una encrucijada, aunque ya faltaban “solamente” dos horas para ver la tierra prometida de Bucaramanga, él proponía que debíamos desviarnos hacia Barranca Bermeja porque tenía que ir a dejar primero a una señor que era de ahí y que por los “pequeños atrasos”  había

perdido su conexión.  Esto sólo nos atrasaría dos horas más de lo que ya nos faltaba.  Nos pusimos furiosos y comenzó el estira-y-encoge.  Se nos pasó otra hora entre discusiones y en que el chofer se fue a comer y nos dejó solos quejándonos.  Finalmente nos montó en un par de taxis y nos mandó a nuestro destino.  El taxi volaba y como ya era de noche tuvimos bastante susto de lo que pudiera ocurrir en el camino, pero llegamos completos, con miles de dolores pero felices de llegar después de 17 horas a la capital de Santander, una tierra que prometía ser paradisíaca.

 

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