El blog de los Caracoles Errantes

Viajando por largo tiempo llevando todo en nuestra espalda y nuestra casa es nuestra mochila

01 agosto 2006

La Cordillera de Huayhuash
Peru - 28 de julio, 2006

 

 

Relatamos el viaje de 9 días caminando por la cordillera de Huayhuash:

Día 1
El primer día nos levantamos a las 4:30 de la madrugada para ir a tomar el bus de Huaraz a Chiquián. Mery ya nos había preparado la comida del viaje, incluyendo cuy y maíz tostado.
A las 8:00 de la mañana llegamos a Chiquián, un pueblito en la montaña.  Sus casitas de adobes y balconcitos hacían de éste un lugar encantador, al fondo los nevados le daban un toque aún más especial.
Desde ahí tomamos otro bus que duraría otras 2 horas por un camino que bordeaba las laderas y que nos llevó a Pocpac, un pueblito diminuto que es la puerta de la gran Cordillera de Huayhuash, en la cual se encuentran más de 30 picos altísimos que sobrepasan los 5500 metros de altura.  Al llegar nos recibieron varias personas y muchos burros ya que en el bus veníamos 4 grupos diferentes de 3 ó 4 caminantes que íbamos a hacer el mismo recorrido por la cordillera.
Nuestro guía, Héctor, fue a buscar al arriero que nos acompañaría, Máximo, y a su familia que iban a ayudar a montar el equipaje y comida en dos burros.  Cuando terminaron de bajar todas las cosas del bus nos dimos cuenta de que faltaba uno de nuestros sacos que traía la tienda de campaña y alguna comida.  Héctor fue a preguntar al chofer del bus y ahí se dieron cuenta de que habían bajado el saco por equivocación en un pueblo anterior. 
Héctor tuvo que regresar a buscar el saco.  Mientras tanto nosotros iniciamos el camino con la esperanza de que Héctor encontrara el saco y nos alcanzara luego junto con Máximo, los burros y todo lo demás.
Caminamos a la orilla de un río pequeño que bajaba de la montaña, entre unas gigantescas paredes rocosas.  Llegamos a un vallecito muy pintoresco donde había algunas casitas de piedra y techo de paja dispersas por el campo.


Campesinos cuidando sus ovejas

Cuando llevábamos unas 3 horas de caminar nos alcanzaron Héctor y Máximo y nos indicaron el área donde íbamos a acampar.  Estábamos a 4400 metros de altura.  Armamos tiendas y en un rato empezamos a preparar la comida.  El sol comenzó a ocultarse y a lo lejos sólo quedaba el gigante testigo, el nevado de Rodoy que con los últimos rayos del sol se veía aún más blanco. 
Un rato después la cena estuvo lista.  El frío empezaba a hacerse más fuerte y comimos rápido.  El cielo se había llenado de miles de estrellas y se veía un cachito de luna que daba bastante luz.  En lo alto divisamos la Cruz del Sur, lo cual nos llenó de emoción y nos hizo recordar la dirección de nuestro viaje.  

Día 2
La mañana amaneció helada, el pasto tenía algo de escarcha, parecía que estábamos a unos grados bajo cero, el sol comenzaba a alumbrar entre las nubes. 
Decidimos levantarnos para desayunar y empacar, tomamos avena con manzana y pan con mermelada de fresa.  Levantamos el campamento y empezamos a caminar aún con frío. 
Al principio la caminata era fuerte ya que la cuesta era empinada.  Conforme avanzábamos hacia lo alto nuestro andar era lento y el corazón agitado, hasta que llegamos al paso de Carananpunta a una altura de 4750 metros.  Aquí pudimos ver un cóndor sobrevolando muy alto, fue un regalo de la montaña poder ver el vuelo de esta ave aunque fuera a lo lejos.


Subiendo al paso Carananpunta

Fue emocionante estar a la par de las montañas de enfrente así como divisar el valle.  Comenzamos a bajar para llegar a la siguiente base, cerca de la laguna Mitucocha.  Caminamos por senderos angostos observando el valle rodeado de montañas y dividido por un arroyo de agua helada.
La caminata tardó 4 horas hasta llegar al campamento en donde Héctor y Máximo ya tenían armadas las carpas y comenzaron a preparar el almuerzo.  Después de almorzar caminamos hacia la laguna Mitucocha y acercarnos a la base de los nevados Rondoy y Ninashanka que ya estaban muy cerca de nosotros (o nosotros de ellos).  Ya empezamos a divisar el gran Jirishanka que tiene más de 6000 metros de altura, así como el Jirishanka chico y el Toro.
En el camino hacia la laguna nos encontramos con un animalito muy gracioso, la vizcacha, una especie de conejo con cola de ardilla que vive en sus cuevas entre las rocas.  Ellos salía a tomar el sol y nosotros podíamos verlos, luego corrían a esconderse rápidamente para aparecer más lejos.  También vimos patos silvestres, aguiluchos y algunso pájaros de agua (lic.-licu).
La tarde estuvo soleada pero con viento frío, regresamos para cenar algo ligero.  Al anochecer pudimos ver otra vez las estrellas, ahora la Cruz del Sur estaba sobre los nevados y se veía magnífica.


Vizcacha tomando el sol

Día 3
Nuestra segunda noche fue más dura que la anterior ya que hizo mucho viento.  Nos levantamos cansados pero pronto el sol y la maravillosa vista del Jirishanka nos dio la energía necesaria para empezar nuestro recorrido. 
Tomamos avena con manzana y pan para terminar de cargar nuestras baterías e iniciar las 3 horas y media de recorrido hasta la laguna Carhuacocha. 
El camino estuvo acompañado de un hermoso paisaje compuesto por los nevados, formaciones rocosas y la puna (pastizales de altura).  En estas alturas es muy común encontrar vacas, ovejas, burros y caballos pastando.  También se observan muchos corrales de piedra donde duermen estos animales.  Hermosas florecitas amarillas, blancas y lilas daban vida y color al árido paisaje.


Carlos, Héctor y Ricardo caminando por la
puna con el Toro hacia el fondo

Cuando llevábamos hora y media de subida y ya estábamos bien cansados por el esfuerzo requerido en estas altitudes, Héctor nos ofreció “canchita” (palomitas de maíz) con lo cual retomamos energías para continuar.
El descenso fue muy fuerte, principalmente por el viento helado que golpeaba con mucha fuerza.  Nuestro mayor regalo fue que al final del descenso nos encontramos con el Jirishanka, el Toro, el Yerupajá (grande y chico) y el Siulá, todos en fila formando una blanca cordillera con la laguna Carhuacocha a sus pies.  Allí acamparíamos para esperar nuestra cuarta jornada.


Una casita en el campo con el Yerupajá
y el Jirishanka al fondo

El día en la laguna fue hermoso, había mucho sol y el viento se había calmado y era bastante tolerable.  Después de instalarnos y darle una mirada a la laguna decidimos tomar nuestro primer baño durante esta travesía.  Bajamos rápidamente a la laguna con la toalla y el jabón.  Sin pensarlo mucho nos bañamos “culatos” (desnudos) antes de que el susto y el frío nos hicieran cambiar de opinión.  Aunque el agua estaba fría, el sol nos ayudó a secarnos y a calentarnos rápidamente.

Día 4
La noche la pasamos con mucho frío, amaneció todo escarchado y cuando abrimos la tienda para levantarnos como a las 6:30 vimos al frente los nevados majestuosos a los que el sol iluminaba y los pintaba de amarillo.


Nevado Yerupajá y laguna Carhuacocha
al amanecer

Nos levantamos muy temprano porque la caminata del día sería mucho más larga.  Empezamos por bordear la laguna y un sendero nos llevó justo al pie de los nevados.  Fuimos subiendo y observando de frente a esos gigantes.


Amanecer en la laguna Carhuacocha

En una parte donde había bastantes rocas comenzaron a asomarse las vizcachas que salían a tomar el sol.  Más arriba llegamos a una lagunita (Quesillacocha) y al seguir subiendo nos dimos cuenta de que eran tres las lagunitas de diferentes colores entre verdosos y azulados.  La escalada final para llegar al paso que estaba a 4800 metros de altura fue muy fuerte.


Laguna de Quesillacocha

Al llegar a arriba había un niñito sentado esperando a los turistas para que le regalaran dulces.  Ese cuadro de ver a ese niño con su carita con mirada profunda, intensa, con la piel quemada por el frío andino, que sonríen al viajero y piden caramelos, en un lugar tan mágico con un fondo de gigantes nevados, nos hizo pensar en la sencillez de la vida.  Facundo era un niño de unos 5 años que esperaba pacientemente mientras su madre recogía leña y pastoreaba a los borregos, apenas sabe contar, no va a la escuela, comparte la vida con sus otros dos hermanos, es un niño de la montaña andina que tiene pocas oportunidades para tener una vida diferente.


Facundo en lo alto del paso de Quesillacocha

La estadía en la cima fue algo muy intenso y cada uno de nosotros lo vivió de formas diferentes, recordando seres queridos que tal vez queríamos traer a nuestro lado para compartir aquello tan sublime.
El descenso fue tranquilo, pasamos por una zona que contenía bastante agua y en ella crecía un tipo de hierba dura que formaba como islotes.  Al pasar por una choza había un rebaño de ovejas y el perro guardián en lugar de ladrarnos nos comenzó a seguir amistosamente.  Nosotros no le dimos mucha importancia y cuando llegamos al lugar donde íbamos a acampar vimos que el perro también había tomado posesión en el lugar y se creía el guardián de nuestro campamento.


Islotes formados por hierbas duras

Día 5
Después de caminar como 4 horas nos alcanzó un niño montando un caballo y nos preguntó si habíamos visto un perro “bayo”.  Nos acordamos del perro que nos había seguido el día anterior.  El niño había salido a las 7 de la mañana de su casa para encontrar a su perro.  Ya se estaba preocupando porque debía volver ese mismo día y el perro no aparecía.  El niño se llamaba Bayú y tenía sólo 9 años pero su determinación era muy grande y estaba decidido a recuperar a su perro.
Le dijimos que habíamos visto al perro y que esa mañana había caminado delante de nosotros acompañando a un grupo de españoles.  El niño se apresuró hasta el siguiente campamento y por suerte lo encontró.  Al rato vimos que venía de regreso a su casa llevando a su perro amarrado.


Bayú con su perro bayo

Cuando pasamos por una casita  nos ofrecieron trucha fresca.  Compramos una gran trucha que al llegar al campamento Héctor nos preparó con cebollita.  Nos fuimos con Máximo a buscar unas aguas termales que estaban muy calientes y al regresar ya estaba lista la trucha que nos supo deliciosa.

Día 6
Al igual que sucede muchas veces en la vida, este tipo de caminatas también caen en la rutina, entonces hay que ser sensibles para no dejar de apreciar esta gran oportunidad que nos da la vida de convivir día a día con el río, la montaña, y con toda la naturaleza a nuestro alrededor y de hacerlo con nuestros propios pies y nuestra propia energía.
Héctor y Máximo, el guía y el arriero que nos acompañaban, nos trataron muy bien.  El primero siempre cocinaba muy rico y estaba pendiente de nosotros para que no nos afectara el mal de altura (soroche) o para que no nos perdamos en el camino.  Máximo por su parte siempre está muy atento en alcanzar la comida hasta la tienda cuando está haciendo mucho frío y luego lavar los platos con una agua que está casi congelada.


Carlos, Jorge, Máximo,
Ricardo y Héctor

El sexto día de nuestra caminata fue de 8 horas.  Nos levantamos muy temprano para iniciar el ascenso hasta un paso a 5000 metros de altura (Punta Cúyoc).  Aunque estábamos cansados por el esfuerzo necesario para cruzar el paso más alto en nuestra caminata, todavía nos esperaría otro fuerte ascenso ese mismo día.


Paso de punta Cúyoc

Después de bajar del primer paso subimos hasta el mirador de San Antonio para disfrutar de una magnífica vista de la cordillera.  Desde ahí arriba se veían algunos de los montes que habíamos dejado atrás hacía algunos días.  También se veían tres hermosos lagos que junto con los montes hacían espectacular el paisaje.


Vista desde el mirador de San Antonio

El final de la jornada fue a través de una gran pampa en donde se suponía que podríamos ver al rey de estas montañas, el cóndor.  No tuvimos mucha suerte de verlo aunque sí vimos con mucha frecuencia los huesos de los animales de los cuales probablemente se habían alimentado algunos de ellos.

Día 7
El séptimo día fue una jornada agotadora.  Después de mucho caminar por lugares de poco interés llegamos a un sitio donde íbamos a acampar.  Siempre nos impresionó mucho ver como baja de las montañas el agua y poco a poco se van uniendo los pequeños caudales para formar otros más grandes y más fuertes.  Fuimos concientes de las valiosas fuentes de agua que hay en estas montañas.


Campesinos cosechando papa

Esa noche sólo nosotros acampamos en ese lugar, los otros grupos habían decidido quedarse más abajo.  El sitio tenía un aspecto como de paisaje lunar con un nevado al fondo llamado el Diablo Callado.
Por la noche nos alumbró la luna de forma impresionante ya que sólo faltaban dos noches para la llena. 

Día 8
Al amanecer del octavo día nos llamó la atención una cruz de hierro clavada cerca de donde habíamos acampado.  Máximo y Héctor nos contaron que en ese lugar habían muerto dos personas hacía algunos años.  Nos volvimos a ver y pensamos que ciertamente ese no había sido el mejor lugar para pasar la noche.  Felices de estar completos y sanos empezamos a subir lo que faltaba para llegar al siguiente paso.


Ricardo y Carlos bajando de un paso
un poco empinado


En un punto Jorge alzó la mirada y de pronto vio pasar un enorme cóndor con sus alas extendidas volando no muy alto.  Luego se fue alejando y elevando hasta perderse entre las nubes.  Permanecimos un rato esperando su regreso pero él decidió buscar su presa en otra parte.


Cóndor volando en busca de su presa

Ese día bajamos hasta la laguna Jahuacocha y nos sorprendimos al saber que teníamos al fondo otra vez al nevado Rondoy, sólo que esta vez lo veíamos por la parte de atrás.  También se divisaban otros conocidos como el Jirishanka y el Yerupajá.


Laguna Jahuacocha con el nevado
Rodoy al fondo

Día 9
La última noche fue tranquila, ya no hacía tanto frío.  Nos levantamos muy temprano para hacer el último trayecto hasta Pocpac que iba a durar sólo 3 horas y media.  Cuando levantamos el campamento y ya empezaba a amanecer nos tomó por sorpresa ver que sobre el Rondoy estaba brillando Venus, la estrella de la mañana, y ya se estaban apagando las últimas estrellas de Orión.  Logramos ver las 3 estrellas de su cinturón como deseándonos un buen viaje.
Después de haber pasado estos 9 días “perdidos” en una de las cordilleras más bellas del mundo, experimentando el frío y el cansancio, y viviendo de forma muy sencilla, nuestros corazones se sintieron más jóvenes y la conciencia de saber quienes somos nos hizo agradecer a Dios por darnos esta oportunidad.  Ser compañeros en un viaje de este tipo nos une aún más desde la autenticidad.
Bajamos a Pocpac.  Ricardo tomó un baño en el río y esperamos el bus de regreso a Chiquián.  Allí almorzamos mientras veíamos la final del mundial.  Un rato  más tarde tomamos el bus de regreso a Huaraz.


Bajando al poblado de Pocpac

El bus subió por la carretera, volvimos a ver hacia el pueblo y a lo lejos la cordillera de Huayhuash se veía completa, blanca y majestuosa.  Y para darnos el último adiós, la luna llena empezaba a salir grandiosa como una reina alegre sobre este rincón misterioso de nuestro planeta.

“He visto de cerca estos montes nevados y tocado el agua helada de estas hermosas lagunas, he respirado con dificultad el aire puro de la montaña, pero lo más importante es que he encontrado la presencia de mi padre, su espíritu me ha acompañado en esta travesía”
Carlos I.

Imprime este Artículo

Etiquetas:


Creative Commons License
Esta obra es publicada bajo una licencia Creative Commons.