El blog de los Caracoles Errantes

Viajando por largo tiempo llevando todo en nuestra espalda y nuestra casa es nuestra mochila

06 diciembre 2006

Salar de Uyuni
Bolivia, 3 de Diciembre, 2006

 


El tren Wara-Wara hizo un recorrido de 11 horas, saliendo a las 3:30 de la tarde desde Villazón.  Durante la travesía pasamos por un cañón con rocas de formas misteriosas, el paisaje era más bien desértico.  Cuando llegó la noche, las estrellas comenzaron a aparecer y un pequeño cacho de luna daba suficiente luz para que pudiéramos ver simultáneamente la punta y la cola del tren cuando éste daba algunas curvas.


El tren Wara-wara

Conforme la noche fue avanzando el tren siguió ascendiendo hasta superar los 3600 metros y el frío fue aumentando.  Finalmente el tren dio unos silbidos anunciando su llegada a Uyuni.  Eran las 2:30 de la madrugada cuando bajamos a buscar nuestro equipaje.  Afortunadamente en la estación encontramos a una señora indígena que nos llegó a ofrecer hospedaje en su pequeño hostal.  Estábamos ansiosos por meternos en las cobijas para descansar y para calentarnos.
A la mañana siguiente iniciamos un viaje en un tour por dos días hacia el salar de Uyuni.  Antes de entrar en el salar pasamos a un pueblito de 10 familias llamado olchan.  Sus habitantes viven de la explotación rústica de la sal y de la elaboración y venta de curiosas artesanías hechas también de sal.
La fábrica de sal funciona de forma cooperativa.  Una señora muy hospitalaria que, a pesar de su condición humilde, nos explicó muy claramente todo el proceso de transformación de la sal desde que es secada en un horno, luego se muele y se mezcla con yodo y finalmente se empaca manualmente.  Ella se quejaba del bajo precio que obtienen y del pequeño mercado de que disponen, lo cual no les permite ampliar su producción.


Empacando sal

Mientras observábamos todo esto, los guías, Teo y Rosa, prepararon nuestro almuerzo.  En una mesita y unas bancas hechas con bloques de sal nos esperaba un suculento bife de llama que nos pareció delicioso.
Continuamos nuestro camino y unos kilómetros después tuvimos la impresión de estar frente a un mar blanco y brillante.  Estábamos entrando en el salar más grande del mundo, una extensión de 12 mil kilómetros cuadrados (casi la cuarta parte de Costa Rica).
El carro se perdía en esta blanca inmensidad siguiendo las huellas que otros habían dejado.  Nos detuvimos y nos sentimos sorprendidos por este inusual paisaje.  Al caminar, el suelo crujía como si estuviéramos pisando una pista de hielo quebradizo.  En el suelo se dibujaban figuras geométricas que semejaban un gran panal de abejas con celdas de un  metro de ancho aproximadamente.

El salar de Uyuni

Nos contaron que en la temporada de lluvia el salar parece un lago y se hace intransitable.  Al secarse las huellas desaparecen y un nuevo camino debe trazarse simplemente transitando sobre el salar.
A lo lejos se divisaba una montaña hacia la cual nos dirigíamos, era el volcán Tunupa.  Llegamos a la base del volcán donde había un pueblito de agricultores llamado Coqueza.  Nos explicaron que ellos no explotan la sal y que su lengua es el quechua, a diferencia de los pobladores del otro lado del salar, como en Colchani, donde sí explotan la sal y hablan aymara.  En Coqueza cultivan quinoa (un cereal de tiempos prehispánicos), papas, trigo, habas y maíz, además se dedican al pastoreo de gran cantidad de llamas.  Las construcciones del pueblo han sido hechas con piedras del volcán Tunupa.


Iglesia de Coqueza al atardecer

Nos instalamos en un humilde hotel que estaba construido con bloques de sal, las camas también estaban hechas con estos bloques y el piso era de sal granulada.  En los bloques se observaban varias capas que contaban la historia del clima del salar en los últimos años, franjas anchas indicaban mucha lluvia y las angostas decían que ese año había llovido poco. En medio de las franjas blancas había otras franjas de color café que hablaban de la arena que cubría el salar durante la época seca.
Salimos a caminar hacia la orilla del pueblo donde se une el salar con la tierra habitable.  Llegamos a un borde con suelos pantanosos y azufrados, ese es el hábitat de los flamencos rosados que se detienen por horas a alimentarse pacientemente de lo que encuentran en el lodazal.  Desde ahí pudimos ver el sol ponerse suavemente hundiéndose en los confines del salar.


Flamenco rosado


Por la noche nos sentamos a conversar con don Mario, el dueño del hotel, quien nos contó lo que dice la tradición quechua sobre cómo se formó el salar:

“Cuentan los abuelos que hace muchos soles y lunas atrás, mucho antes de que hubieran montañas y que el valle fuera un salar había una mujer muy bella y coqueta llamada Tunupa que seducía con su hermosura a los valientes Cora Cora, Chillima y Cuzco.  Un día Chillima y Cora Cora pelearon entre ellos por el amor de Tunup; al primero se le rompieron los dientes y al otro la vejiga.  Al final Tunupa prefirió a Cuzco, con quien se casó y procrearon un hijo, pero a pesar de esto Tunupa no dejó de coquetearle a Cora Cora y a Chillima.  Esto molestó mucho a Cuzco, quien decidió marcharse llevándose al niño lejos de su madre;  Tunupa al quedarse sola y desconsolada derramó su leche materna sobre el gran valle, formando el salar e inmortalizándose en una montaña.   Cerca de ella también están Chillima y Cora Cora, el primero tiene la cima de forma irregular y parece que le faltan dientes, y al segundo le brota tanta agua que dicen que tiene la panza rota; esto fue el resultado de la pelea por el amor de Tunupa. Al otro lado del salar, lejos de Tunupa, yace Cuzco y su hijo, dos montañas que están juntas, la màs pequeña es parecida a Tunupa, la madre.”


El mítico volcán Tunupa


Aunque durante el día habíamos visto llegar muchos carros con turistas que venían a tomar fotos del volcán y de los flamencos, creemos que nosotros tres éramos los únicos que pasamos la noche en el pueblo.  La habitación estaba iluminada por algunas velas blancas que daban mayor realce a todo el entorno blanco de la sal haciendo que nos sintiéramos como metidos en un cubo de nieve pero con una cálida sensación.
Pudimos descansar bastante y por la mañana muy temprano fuimos a ver la salida del sol por el otro extremo del salar.  La vista del Tunupa era espectacular; era un gran cono de campos verdes divididos por muros de piedra y arriba una enorme corona rocosa con hermosos tonos rojizos.


Salar de Uyuni al amanecer

Después de desayunar hicimos una caminata subiendo hacia la cumbre del volcán hasta un punto intermedio que llaman el mirador.  Desde ahí pudimos ver el pueblo y el extenso salar.
También seguimos un sendero hasta una cueva que contenía unas 7 momias.  Antiguamente los quechuas enterraban a sus muertos en este tipo de estructuras funerarias llamadas chullpas.  Las momias que vimos estaban acompañadas de su ajuar funerario, entre lo que se incluían piezas de cerámica y trajes. 


Normalmente estas momias se encuentran en museos de alguna ciudad y las cuevas donde estuvieron se encuentran vacías.  Poder verlas en su entorno natural y estar dentro de esta chullpa nos impactó bastante.


Momia en la chullpa


Una vez más la vida nos sorprendió con un paisaje muy diferente, en un lugar a tan grandes alturas donde nos encontramos con gentes que viven y encuentran formas para subsistir, a pesar de encontrarse en condiciones climáticas tan difíciles, en donde la mayoría de nosotros pensaría que es imposible vivir.


El salar de Uyuni

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El norte de Argentina
Argentina, 27 de Noviembre, 2006

 


Mendoza, Tucumán y Salta
Desde Santiago en Chile tomamos un bus hacia Argentina pasando otra vez por la cordillera de los Andes pero esta vez la ruta iría por la parte más alta que tiene nuestro continente americano.  Estaríamos al lado del Aconcagua, el monte que llega a elevarse a 6959 metros sobre el nivel del mar. 
Los trámites migratorios fueron muy engorrosos y después de más tiempo del que hubiéramos deseado continuamos nuestro camino hasta llegar a Mendoza, una ciudad caracterizada por su belleza, llena de árboles a lo largo de todas las aceras.  Fue impresionante porque además nos tocó vivir una ola de calor que sólo pudo soportarse por la frescura que agregan todos estos árboles.
Tucumán y Salta son dos hermosas ciudades del norte argentino.  En esta tierra se comen exquisitas empanadas, se baila chacarera y se tienen manifestaciones muy arraigadas en su  folklore.  La música de esta región ha sido interpretada y dada a conocer en todo el mundo por la famosa cantante tucumana Mercedes Sosa.


Cabildo, Tucumán

Tucumán es una ciudad muy movida y viva, en ella se encuentra una mezcla de estilos arquitectónicos que van desde lo colonial hasta el sofisticado estilo francés.  Salta por su parte mantiene más su aire colonial y sus hermosas iglesias y edificios han colaborado a que la ciudad sea conocida como Salta la linda.
En Tucumán probamos el delicioso plato llamado locro de campo, el cual se hace con frijoles blancos, ayote, maíz, carne de res, mondongo y chorizo, entre otras cosas, y es servido en un gran pan casero que sirve de plato.  Cuando fuimos a almorzar este plato tuvimos de entrada unas ricas empanadas de carne y queso, así como una copa de vino para acompañar.


Locro de campo

Salta nos brindó la oportunidad de disfrutar de una peña con todas las de la ley.  En un lugar llamado El patio de Balcarse escuchamos y cantamos algunas canciones conocidas, las cuales fueron interpretadas con la kena, la zampoña y el charango, todos instrumentos andinos tradicionales.  Durante la velada una pareja vestida de gauchos bailaban chacareras, en una de las piezas los bailarines sacaron a zapatear a gente del público, fue ahí cuando Ricardo pudo demostrar sus virtudes como bailarín de chacareras (improvisando).

La Quebrada de Humahuaca
Nuestro recorrido por el norte continuó hacia la Quebrada de Humahuaca.  Esta es una zona con muchas formaciones rocosas de caprichosas formas y colores debido a la erosión del viento y la lluvia. 


La Quebrada de Humahuaca

Tilcara fue el primer pueblo de la quebrada que visitamos cuyo principal atractivo son esas coloridas montañas que la rodean.  Ahí las casas están construidas con grades bloques de barro y sus techos son de un cactus que abunda en la región (cardón), el cual se usa como madera y sobre él se coloca barro y paja. 


Casa típica de Tilcara

En este pueblito disfrutamos de otra peña de floklore andino.  Fue asombroso cuando uno de los músicos entró tacando el erke, el cual es un instrumento gigante que tiene de tres a cinco metros de largo, generalmente se los construye con varios trozos de caña ahuecados y unidos.  En el extremo se coloca el pabellón, hecho con un cuerno o con latón, en el otro extremo se coloca una embocadura para el soplo.
La sorpresa más grande en esa noche de música y fiesta fue escuchar la famosa canción Carnavalito.  Mientras escuchábamos esta alegre canción y batíamos palmas comprendimos que su letra hablaba del sitio en donde nos encontrábamos.  Por primera vez comprendíamos las frases que tantas veces habíamos escuchado y que hasta ahora entendíamos…

Fiesta de la Quebrada
Humahuaqueña para bailar.

Erke, charango y bombo,
carnavalito para bailar…

Quebradeño humahuaqueñito…

Purmamarca e Iruya
Un viaje de menos de una hora nos llevó a otro pueblito mágico, Purmamarca, famoso por el Monte de los Siete Colores que se eleva imponente detrás del pueblo.  Pasamos un lindo rato observando el monte y tratando de identificar los siete colores.  Finalmente llegamos a la conclusión de que había más colores de los que el nombre menciona.


Cerro de Siete Colores, Purmamarca

En el camino de regreso a Tilcara pasamos por la Paleta del Pintor que nos mantuvo una vez más maravillados por la grandeza de la naturaleza.


Trabajando frente a la Paleta del Pintor

Los dos días que teníamos reservados para pasar en la Quebrada de Humahuaca no fueron suficientes y tuvimos que cambiar los planes para extender la estadía a cinco días, lo cual de todas formas fue muy poco tiempo.
Nos fuimos a Iruya desde Humahuaca.  Tomamos un bus que asciende a los 4000 metros y baja hacia un cañón por un camino zigzagueante.  El pueblito está ubicado a los 2900 metros y está metido en medio de montañas de colores.  Nos habíamos enamorado de ese pueblo con sólo verlo en una postal que habíamos encontrado un par de días antes.


Poblado de Iruya

Una vez más habíamos hecho lo correcto y nos fuimos a llenar de energía y paz a aquellos sitios en donde una mirada o un respiro son suficientes para obtener tan maravillosos beneficios.
La Quebrada de Humahuaca nos trajo muchas sorpresas y satisfacciones cuando se acerca el fin de nuestro viaje.  Sirvió para reavivar esa capacidad de sorprendernos que muchas veces se ve reducida por el cansancio y la rutina del viaje.

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