El blog de los Caracoles Errantes

Viajando por largo tiempo llevando todo en nuestra espalda y nuestra casa es nuestra mochila

29 junio 2006

Llegada al Ecuador
Ecuador 28 de junio, 2006

Frontera Rumichaca
Desde Popayán tomamos un bus que nos llevaría a la frontera con Ecuador en aproximadamente 8 horas.  Planeamos salir muy temprano para poder cruzar la frontera todavía de día y que nos diera tiempo de llegar a la primera ciudad ecuatoriana que nos interesaba visitar, Ibarra.
La llegada a Ecuador parecía muy fácil, una frontera ágil y moderna y con pocos problemas para hacer los trámites de migración o para cambiar los últimos pesos colombianos en dólares (la “nueva” moneda del Ecuador).  Después de sellar nuestros pasaportes con la salida de Colombia nos dirigimos al puente que divide los dos países y nos tomamos una foto con el fondo de “Bienvenidos al Ecuador”.  No sabíamos que la sonrisa pronto se nos apagaría.


Primer intento de pasar la frontera

Después de varios minutos de consultas por parte de los oficiales de migración ecuatorianos nos dijeron que tanto los costarricenses como los mexicanos necesitábamos una visa de entrada a su país la cual sólo podría ser tramitada en el consulado correspondiente.
Nos trasladamos a la ciudad de Ipiales (en Colombia) en donde existe un consulado ecuatoriano.  Allí nos  informaron que el trámite duraría entre uno y tres días. 
Habíamos llegado a Ipiales el martes por la tarde y todavía el jueves no teníamos respuesta de las visas.  Entre frustración y rabia pedimos hablar con el “señor” cónsul, nos sentíamos muy burlados por no tener una definición más clara sobre el resultado del trámite y pensamos que debíamos quejarnos y reclamar una mejor y más rápida atención.  El cónsul insistía en que debíamos tener paciencia, que en Quito se otorgaban todas las visas solicitadas por gentes de todas las nacionalidades. 
Estábamos tan desesperados que empezamos a cuestionarnos si de veras era indispensable pasar por Ecuador y fuimos a hacer algunas averiguaciones para tomar un vuelo que nos llevara directamente a Perú.  Sin embargo, Ricardo sacó una carta que nos hizo pensarlo dos veces.  Hacía 16 años que había estado en Quito y había conocido a una familia que lo había tratado como a uno más de ellos.  Era la familia de Eduardo Guerra y había una enorme ilusión de volver a verlos después de tanto tiempo.  Entonces decidimos sacar de algún lugar un “poquitico” más de paciencia.
Finalmente el viernes a las 3:00 de la tarde nos extendieron las visas.  Nuestro último pleito se dio cuando nos dispusimos a pagar los $60 que costaba cada visa y la secretaria nos dijo que no podíamos pagar con billetes de $100.  Tuvimos entonces que salir a cambiarlos a la calle por billetes de $20, pagando además una comisión de $4 en el mercado negro por el cambio.
Si no nos hubiéramos quejado seguramente hubiéramos tenido que pasar el fin de semana en Ipiales.  Entonces con la visa en mano tomamos rápidamente un bus que nos llevara de nuevo a la frontera.  Cruzamos de nuevo frente al rótulo “Bienvenidos al Ecuador”.  Aquello ya lo habíamos vivido y nos reíamos de nuestra ingenuidad inicial.

Ibarra y Otavalo
Ese mismo viernes por la noche llegamos a Ibarra, en donde nos esperaba un lindo hotel en una hermosa casa colonial y la amabilidad de sus dueños.  Desde ahí llamamos a Eduardo en Quito y entre bromas nos dijo que todo eso de la visa lo hacían los ecuatorianos porque los ticos éramos sus rivales en el mundial de fútbol.
El sábado nos levantamos tempranito para visitar el famoso mercado de artesanías de Otavalo.  Nos impresionó el orden y la limpieza con que los indígenas otavaleños, comerciantes por excelencia, exhiben sus trabajos. 


Mujer otavaleña con traje típico

Por casualidad llegamos también a un mercado de animales donde se vendían especialmente gallinas, conejos y cuyes (cuilos o hamsters que son un plato típico muy fino en el Ecuador), también encontramos algún perro o gato.  Todo esto nos impresionó porque representaba algo más auténtico y no estaba hecho para turistas como el mercado de artesanías.


Mujer otavaleña vendiendo gallina y cuy

En Ibarra pudimos probar los tradicionales y exquisitos helados de paila que los hay en muchísimos sabores, además de un dulce de mora llamado arrope (un sirope o salsa espesa).

Quito
Un viaje corto (2 horas y media) nos llevó al día siguiente a Quito en donde nos esperaba la majestuosa ciudad colonial y la hospitalaria familia de Eduardo. 


Vista del Quito colonial desde lo
alto del Cerro del Panecillo

La ciudad nos deslumbró con sus majestuosas edificaciones y sus iglesias con altares llenos de oro, como San Francisco, La Compañía y Santo Domingo.  Cuánto oro y cuánta belleza!  Cuánta muerte y destrucción se ocuparía para construir algo tan hermoso!


Catedral de Quito

Con la familia de Eduardo probamos los platillos más representativos del Ecuador: el yahuarlocro (sopa con sangre frita e intestino de borrego), los yapingachos (tortitas de papa) y finalmente el cuy asado, así como varias formas de comer el maíz, entre ellas el maíz tostado y el mote.
Fue una entrada difícil a un país que tiene gente y lugares muy bonitos, un eslabón más de nuestra hermosa y dividida Latinoamérica.  A partir de aquí viviríamos días hermosos e admiraríamos increíbles paisajes del fabuloso mundo andino.


Virgen de Quito en
el Cerro del Panecillo


Iglesia de la Compañía de Jesús


Iglesia de San Francisco

 

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