El blog de los Caracoles Errantes

Viajando por largo tiempo llevando todo en nuestra espalda y nuestra casa es nuestra mochila

19 octubre 2006

Ouro Preto
Brasil, 17 de Octubre, 2006

Alguna vez fue llamada Vila Rica esta ciudad mágica enclavada en los cerros de una de las regiones más ricas en minerales del Brasil.  Hoy se llama Ouro Preto y su nombre se debe a que el oro que hallaron en sus suelos estaba cubierto por una leve capa de color negro que debía ser separada del verdadero oro.
Viajamos en un autobús desde Río durante toda la noche, llegamos al amanecer.  La ciudad se veía aún dormida y empezaba lentamente a despertar con los rayos de un sol brillante.  En el camino desde la terminal de buses hasta el centro pudimos apreciar la extraña ubicación de esta ciudad entre cuestas y bajadas.


Ouro Preto al amanecer

Al caminar por sus calles se puede adivinar que fue una ciudad muy rica.  Da gusto perderse entre tantos recovecos que dan la impresión de caminar en un laberinto de calles todas empedradas mientras se sube y se baja, se pasa un puente y se vuelve a subir.


Casa en una curva y esquina

Allá arriba se ve a lo lejos la iglesia de San Francisco que domina la ciudad entera, y abajo en un rincón de casas coloridas aparece la del Rosario con su fachada que no es plana sino curva.
En alguna parte habíamos leído que se podía visitar parte del camino que unía Ouro Preto con Río de Janeiro en el tiempo de la colonia.  Nos acercamos a la oficina de turismo y una chica muy amable, Joyce, nos contó la situación.


Vista de una de las calles empinadas

Desde hace unos años está funcionando un proyecto para habilitar la “Estrada Real” que es un camino que recorre más de 1400 kilómetros a lo largo de muchos sitios históricos y naturales y que comunicaba Ouro Preto con Rio, con Diamantina y con Parati.  Este camino puede compararse al Camino de Santiago en España, pero se diferencia de éste en que no era una ruta religiosa de peregrinación, sino que era meramente comercial, para sacar el oro extraído en las ricas minas y llevarlo al puerto de Río de Janeiro y de ahí a Europa.  Más tarde se unió el camino a Diamantina cuando se inició la explotación de diamantes.
El proyecto de rehabilitación de la Estrada Real es enorme. Queríamos visitar y caminar al menos algún trecho de este camino y Joyce nos dijo que justamente al día siguiente iban a realizar una caminata para inaugurar un “chafariz” cerca de un pueblito llamado San Bartolomé.  Nos invitó a que los acompañáramos.
Al día siguiente llegamos a las 8 de la mañana al lugar de reunión.  Un bus nos llevó a un punto donde empezamos a caminar por un sendero antiguo.  El día era precioso y el grupo de brasileños un poco formales.  Todos estaban relacionados con el municipio.
Antes de iniciar la caminata un señor muy elegante hizo una reseña de lo que íbamos a ver.  No sabíamos quien era él y tampoco sabíamos todavía lo que era un chafariz.
Después de una hora de camino llegamos a un punto donde había una antigua fuente que servía a los caminantes para abastecerse de agua para ellos y sus animales.  Era el famoso chafariz mandado a construir por un reconocido gobernador llamado don Rodrigo durante el auge del oro.


Chafariz en la Estrada Real

Estábamos asombrados de la seriedad de la gente, ni siquiera nos hablaban.  No parecía que estuviéramos en Brasil.  Probablemente no notaron que fuéramos extranjeros.  Pensamos que era el estilo de esta gente de sitios montañosos.
Seguimos caminando y llegamos finalmente a un lugar donde nos recibieron con bombos y platillos.  En un galerón que parecía un trapiche nos estaban esperando con el almuerzo.  Joyce se acercó a nosotros para preguntarnos si nos había gustado el paseo y nos señaló al señor elegante.  Era el “prefeito” de Ouro Preto, es decir, el alcalde.  Él se acercó y nos lo presentaron.  Al darse cuenta de que éramos de Costa Rica y México comenzó a hablarnos en español y a explicarnos muchas cosas de la historia de la región y un poco del contexto dentro del estado de Minas Gerais.
Cuando se dirigió al grupo para dar las gracias nos presentó delante de todos y la gente nos aplaudía.  Luego vinieron varias personas a saludarnos y a invitarnos a comer el plato que habían preparado, “feijao tropeiro”, una comida hecha con frijoles secos y chicharrón.  Tradicionalmente la preparaban para los mineros, era una comida pesada que les daba fuerza para sus largas jornadas.


Feijoo tropeiro listo para servir

Disfrutamos muchísimo de la comida y la gente nos pareció más simpática.  El dueño del galerón era un campesino que preparaba dulces, entre otras cosas, y nos ofreció un delicioso dulce de naranja.
Cuando ya nos estábamos despidiendo para volver al autobús, una señora llamada Pía nos dijo que estaba encantada de que hubiéramos estado ahí, con una expresión muy brasileña: “adorei”.  Nos dijo que ella vivía en San Bartolomé y era la esposa de Roninho, un tipo muy interesante que trabajaba en la secretaría de medio ambiente.
Nos invitaron a pasar la tarde con ellos en San Bartolomé.  Ahí viven en una casa en el campo con sus tres hijos menores.  Ariel de 14 años era muy atento y nos ofrecía cuanta fruta había en la propiedad, así como los dulces que prepara Pía, especialmente el de guayaba.
Caminamos a una poza en el río que estaba cerca.  Nos bañamos un rato y luego fuimos al pueblito a comer una nieve.  Cuando regresamos a la casa Pía nos ofreció café con un delicioso pan de miel que ella había hecho.  Nos sentimos muy afortunados por estar ahí, por compartir con gene tan especial.
Volvimos ya tarde a Ouro Preto.  Habíamos caminado un trecho de la Estrada Real, pero más aún nos dimos cuenta de la hospitalidad de esta gente.


Baño en el río en San Bartolomé

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Rio de Janeiro
Brasil - 9 de Octubre, 2006

La ciudad de Río de Janeiro está bendita por la naturaleza, con morros o formaciones de roca que salen desde el nivel del mar hasta alcanzar más de 1000 metros, caprichosas formaciones, islas y hermosas playas a lo largo de la bahía de Guanabara, múltiples zonas verdes incluyendo el Parque Nacional de Tijuca, de 120 km2 y que representan un importante remanente de mata Atlántica o bosque lluvioso Atlántico. Todo esto contrasta con grandes edificaciones, super carreteras y las famosas favelas (grandes asentamientos dentro de la ciudad donde vive la gente en condiciones deprimentes) conforman la llamada ciudad maravillosa.


Vista de Rio de Janeiro

Llegamos en avión desde el Nordeste de Brasil, la madrugada estaba despejada y el espectáculo de luces y el mar era impresionante. Nos quedamos en Catete, una zona antigua, segura y bonita, no tan cara como las famosas playas de Ipanema y Copabana. Catete definitivamente resultó ser un lugar tranquilo y auténtico que nos permitió ver la vida cotidiana del carioca (nombre con el que se conoce a los habitantes de Río).


Decorado de las aceras con mosaico
en blanco y negro

La pequeña tiendita en una esquina que vende jugos, hamburguesas y pizza, en donde escuchábamos de algún mesero: “caixinha gorda” (cajita gorda) cada vez que alguien dejaba una buena propina y el resto de ellos contestaban a coro: “obrigado” (gracias), era muy gracioso; el vendedor de “tapioca” (una especie de tortilla de harina de yuca con relleno de banano, coco o queso) quien muy amistosamente nos contaba como ha mejorado la seguridad en Catete, mientras preparaba nuestras tapiocas; ver a la gente disfrutando de una “caipirinha”, la bebida tradicional del Brasil, elaborada con azúcar, hielo, limón y licor de caña, en los bares improvisados en las aceras; fueron algunos de esos acercamientos con el día a día de los cariocas.
Copacabana e Ipanema son quizá las playas más famosas y concurridas del mundo, todos quieren vivir cerca de esas hermosas playas de arena blanca y es por eso que una gran cantidad de edificios de varias docenas de pisos se levantan a pocos metros del mar. La vida en la playa es muy agitada, cientos de bañistas tomando el sol, personas de distintas edades, algunos jugando voleibol de playa, la presencia de un número importante de vendedores que se ganan la vida alquilando sillas para el sol o vendiendo una bebida fría para el calor, son las escenas que dominan Copacabana e Ipanema.


Vista de Copacabana

Santa Teresa es uno de los barrios más antiguos de Río, ahí no hay grandes edificaciones, sino hermosas residencias que sirven de vivienda a artistas y bohemios. Subiendo y bajando laderas, fuimos descubriendo los lindos rincones, magníficas vistas y hasta la sorprendente presencia de un grupo de tucancillos que volaban de un lado para otro, en las zonas verdes que aún existen en el sitio. Finalmente descendimos al centro de Río, en el tranvía que aún funciona como medio de transporte y que termina de brindar la ambientación necesaria para creer que el tiempo no ha pasado por el barrio de Santa Teresa.


Tranvía en el Barrio de Santa Teresa

Las visitas al Pão de Açúcar y al Cristo de Corcovado son obligatorias para cualquier visitante de esta ciudad, el principal atractivo de estos sitios es sin duda las impresionantes e inolvidables vistas de la ciudad maravillosa. El Pão de Açúcar se sube por medio de un teleférico, en donde se alcanza una altura de casi 400 metros. El día que visitamos este morro regresamos a Catete caminando por las playas de Botafogo y Flamenco. Ya Carlos y Jorge habían recorrido estas playas varias veces al hacer sus 40 minutos de carrera de día por medio.


El Pão de Açúcar desde la playa de Botafogo

La visita al Cristo de Corcovado fue muy dura y satisfactoria a la vez. El señor del hotel nos había dicho que se podía caminar hasta allá, que no era peligroso y que el ascenso sería cansado e implicaba esfuerzo físico. La primera parte del camino fue hermosa y tranquila, subimos por una zona residencial llena de bosque y bonitas construcciones. Aunque la mañana estaba lluviosa y nublada, cuando llegamos al mirador Doña Marta, el tiempo cambió, permitiendo ver las maravillosas vistas de la ciudad y además del Cristo Redentor.


El Cristo Redentor

La otra parte del recorrido fue entre la mata Atlántica del parque de Tijuca, aunque teníamos que caminar por la carretera y los carros subían rápidamente y debíamos cuidarnos de ellos. Cansados, pero muy satisfechos llegamos hasta el Cristo del Corcovado. A todo nuestro derredor teníamos vistas de toda la ciudad con sus playas. Fue muy significativo identificar los lugares que ya conocíamos de Río, decíamos entusiasmados: Mira Ipanema y Copacabana. Ahí está Santa Teresa, y el centro histórico. Ese es el estadio de fútbol Maracaná. Ahí están Flamenco y Botafogo en donde corremos. Qué lindo se ve el Pan de Azúcar!


Triunfantes alcanzamos el Corcovado a pie y
disfrutamos de la vista del Pão de Açúcar

Algo que también nos agradó fue que no tuvimos que pagar la entrada, ya que era día feriado por celebrarse el aniversario de la Independencia de Brasil. Ya de regreso a Catete, nos dimos como premio a nuestro esfuerzo una deliciosa cena en un restaurante japonés.
La ciudad de Río es definitivamente un lugar privilegiado por la naturaleza, es un sitio de grandes contradicciones en donde se tienen problemas de pobreza y grandeza, un lugar con una problemática social difícil de resolver, una de las ciudades más grandes del mundo en donde su gente simpática y amable no ha perdido esa amabilidad tan singular que caracteriza al pueblo brasileño.

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El interior de Bahia
Brasil - 1ero de Octubre, 2006

 

 

Cachoeira

Después de pasar varios días agradables en el Pelourinho de Salvador de Bahía decidimos cambiar de paisaje, tomamos un autobús rumbo al parque nacional de Chapada Diamantina. En el trayecto visitamos dos pequeños pueblos coloniales –Cachoeira y São Felix.  Nos dijeron que en el primero podríamos asistir a un candomblé así como a las festividades de la Boa Morte.
Fueron pocas horas de viaje para llegar a Cachoeira, un pequeño pueblo en las faldas de las montañas.  Nos hospedamos en una antigua casa, por casualidad frente al edificio de la hermandad de la Boa Morte (Irmandade de Nossa Senhora da Boa Morte), que actualmente es un grupo de mujeres negras que celebran la fiesta religiosa de la Asunción de María, toda una mezcla de ritos afrobrasileños y catolicismo.


Conversando con mujeres de la
Hermandade da Boa Morte

Originalmente la hermandad fue fundada en 1820, con la finalidad de conseguir fondos para comprar las cartas de libertad de los esclavos negros, así como de asistir a los esclavos fugitivos y celebrar los entierros de los negros muertos.  En 1888, cuando la esclavitud fue abolida, la hermandad siguió realizando fiestas y manteniendo vivas las tradiciones de sus ancestros.
Tuvimos el gusto de conocer y convivir con algunas de las señoras de la hermandad.  Aunque las celebraciones habían terminado el día anterior, todavía había un par de días en que ellas preparaban un banquete para compartirlo con la gente del pueblo.  Nos presentamos a la hora indicada y al rato de espera fuimos llamados a formar una fila para recibir un plato de comida, que consistía en un trozo de carne y verduras (yuca, camote, papa, zanahoria, etc.), parecido a la “olla de carne” o “cocido”. 
Al final de la comida, salimos al frente de la casa, allí había una tarima y un grupo musical tocando.  Era un lugar donde se reunió la gente para bailar con ellas la “samba de roda”, es decir, el baile en círculo.  Bailamos un buen rato al son de la música que el grupo tocaba, todo fue un alboroto.  Estas mujeres nacidas en Brasil pero con un corazón africano traen el ritmo en la sangre, bailan con cadencia y pasión, orgullosas de su origen negro.  Y a pesar de ser ancianas no se desaniman y le enseñan a los jóvenes cómo se debe disfrutar de la vida.

Candomblé

Ya entrada la noche nos fuimos en busca de la casa de Mae Lira, en donde nos dijeron que habría de celebrarse el candomblé, un real candomblé, esta fiesta mágico-religiosa con cantos en lengua yarubá, música afro, danzas, sacrificios de animales, personas poseídas por espirítus, comida y ofrendas.
No fue muy difícil encontrar la casa, pues la música nos guió a ella, entramos y nos sentamos en bancas separadas de las mujeres. En el centro del pequeño salón había 4 mujeres bailando en círculo al ritmo que tocaban 3 hombres negros, mientras cantaban con voz fuerte.
Después de un rato de danzar, ellas se fueron a otro cuarto, a su regreso venían cantando y bailando, una de ellas traía una batea o recipiente de madera con pipocas (palomitas de maíz) y coco rayado, ésto lo repartió entre los presentes, algunos comimos un poco y el resto lo echamos sobre la cabeza de los demás, siguiendo el ejemplo de ellas. 
Más tarde fuimos invitados a comer, pero como ya habíamos cenado, no aceptamos, los que sí fueron dijeron que les habían servido carne con verduras cocidas.  Estuvimos un rato más escuchando la musica y viéndolas bailar.  Durante la ceremonia apareció una mujer poseída por São Jorge, bailaba con los ojos cerrados sin tropezar, haciendo movimientos suaves al danzar.  Nos cansamos de ver y estar ahí, así que decidimos ir a dormir, y creemos que sólo vivimos parcialmente el candomblé.

São Felix

Al día siguiente visitamos el pueblo hermano de Cachoeira, São Felix.  Ambos pueblos están separados por el río Paraguaçú y se miran uno al frente del otro.  São Felix nos deja ver casas e iglesias coloniales, parece ser más tranquilo y apacible; aquí visitamos la antigua casa-fábrica de puros, vimos a las mujeres enrollar las hojas de tabaco con mucha laboriosidad y paciencia, manos hábiles que satisfacen los placeres de los fumadores, de esas personas que tienen el dinero para pagar “gustos” caros. 


São Felix visto desde Cachoeira


Valle de Capao

Después de pasar un par de días en estos pueblos nos fuimos al Valle de Capao, al pueblito llamado Caete Açú.  El camino era de terracería y con polvo, al llegar nos hospedamos en una cabaña  pequeña con tapanco, muy bonita, rodeada de jardines y árboles.  Al día siguiente hicimos una caminata a una cachoeira (cascada), junto con 4 españoles a quienes conocimos en camino al pueblo. La caminata fue tranquila aunque el sol estaba muy fuerte, pero al llegar  a la cascada pudimos bañarnos en sus aguas frescas, las corrientes de agua que corren entre las rocas sedimentarias tenían color café rojizo, ya que contiene minerales y lecho orgánico. 


Tomando un baño en una “cachoeira”

Hicimos varias caminatas por el valle, descubriendo las bellezas naturales, los morros, la flora y disfrutando del agua de las cascadas.  En ocasiones eran caminatas largas, así que nos preparábamos con almuerzo para llevar.


Camino de arena blanca por el parque nacional
Chapada de Diamantina

Caminar por senderos de arena blanca y piedra rosada fue extraordinario, ya que nos dimos cuenta de que toda esa zona es un depósito de piedras, en especial de cuarzos.  Carlos no desaprovechó la oportunidad para recoger algunos pequeños que metía en las bolsas de su pantalón por lo que Ricardo y Jorge le pusimos “el busca-piedras” - en todo el viaje él ha levantado piedras de otros lugares.  
El gusto de caminar y después nadar en las aguas frescas de los pozos era gratificante, estuvimos varios días ahí, en especial tenemos recuerdos de la Cachoeira Fumaça, por tener una caída espectacular de más de 70 metros.  Subimos a lo alto de un gran cañón que tenía una vista impresionante, tanto del valle como de la vegetación, desde ahí vimos el morro del Pai Inazio (Padre Ignacio).


Morro do Pai Inazio

La Fumaça (humo) es una pequeña caída de agua, y como su nombre la describe, parece una cortina de humo que sube empujada por el viento, las miles de pequeñas gotas de agua forman un enjambre que son atravesadas por los rayos del sol formando un arco-iris. Esto combinado con el paisaje y la sensación de vacío son indescriptibles, es vivir una emoción fuerte.


Vista del cañón donde cae la Fumaça

De regreso al pueblo, en las noches tranquilas, nos íbamos a uno de los restaurantes que tenía como especialidad la pizza, sólo eran dos sabores: la salada (queso y  carnes frías) y la dulce (banana).  Lo especial era que tenían un molhio (salsa) de miel con chile, muy sabrosa.  También visitábamos la panadería, ya que preparaban un buen pan integral, pasteles y batidos de frutas.
Después de pasar varios días agradables de caminatas y cascadas, nos fuimos a otro pueblo, Lençois.  Es una postal viviente con sus casitas muy coloridas.  Caminamos por sus calles empedradas y tranquilas, el pueblo está rodeado de montañas y en medio pasa un pequeño río donde las mujeres van a lavar ropa.  Lençois es un pueblo para descansar, relajarse y pasar las tardes en el café del centro, disfrutando de los postres.
Todo este tiempo nos permitió disfrutar de la hermosa naturaleza y la tranquilidad de los campos del estado de Bahía, cuya capital es Salvador. 


Aguas frescas en el Valle de Capao

 

 

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